Me despierta intempestivamente una cafeína mal calculada. Una lata de cola que he bebido esta tarde, sentada en una silla frente a una playa desierta, o prácticamente desierta. Era una playa grande, con forma de media luna, de arena clara con algunas rocas salpicando aquí y allá, de al menos un par de kilómetros de punta a punta, con cinco o seis casas en una esquina (una de ellas el bar donde me senté), un aparcamiento a mitad, y un pequeño núcleo de casas en la punta más distante, arropando un pequeño río que muere en la cala.
Y en medio el mar, abierto: Atlántico de la Costa da Morte, un poco frenado por los centenares de metros de arena sin apenas desnivel, por la marea baja, porque el día estaba tranquilo, por la distancia entre el mar abierto y la orilla, por las algas que teñían de verde la cresta de las olas antes de romper. Unos surfistas nadaban contra las olas, como moscas contra un cristal, allí, donde las olas se crecían, para deslizarse haciendo equilibrios unos pocos metros. En la playa unos niños levantaban castillos y un par de parejas recorrían con parsimonia los límites del agua y la tierra.
Ante mis pies, en un tiesto, una flor exuberante y excesiva, de vivos colores, me servía de contraste en primer plano para sacar fotos con mi iphone – no sé para qué tengo una cámara, si no la llevo cuando la quiero. Todo esto era ayer tarde, en un rincón mágico (playa Nemiña) al que me llevó el coche dejándole elegir libremente el camino. Lo de menos parecía tomarse una cola. Imprudencia irrelevante. Sigo despierta.
El runrún de la nevera sirve de fondo, el resto es silencio. O no. Olas pequeñas de ría tranquila que rumorean sordas sobre las rocas al otro lado de la ventana – marea baja.
Por primera vez desde que llegamos (el día 1) se ven las luces de Portosin y Porto do Son al otro lado del agua, y un cielo despejado en el que intuyo estrellas. Me acuerdo del martirio de San Lorenzo – queda poco, apenas cinco días, así que al cabo de un rato venzo la pereza de la madrugada para buscar mis gafas, no se me vayan a escapar las estrellas fugaces, Perseidas caídas. No pillo ninguna.
La ventana no consigue parar el frío de la noche; son días de primavera tardía, o de otoño incipiente, nadie diría que estamos prácticamente estrenando el mes de agosto. Me arrebujo con la ropa de cama y me ovillo para conservar el calor. Repaso mentalmente deberes y quehaceres, listas de haber y debe, de pensar cuando se pueda o dejar indefinidamente en barbecho.
Miro las ovejas, que erráticas no encuentran su valla, despistadas vagan por el prado sin acertar a ponerse en fila para ser contadas al saltar. El perro pastor echa una cabezadita.
Las dejaremos, que pazcan tranquilas.
Son monas.
Dan sueñito.
PD: Gràcies Zel, per deixar-me escriure (feia mooooolt de temps).
Xurri.
1 comentari:
Un relat preciós, Xurri, preciós, un regal!Gràcies a tu per ser-hi! un petonàs, i escriu, que ets una crak!
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