"¡Mirad lo que me habéis hecho, me lo habéis quitado
todo!" Esto es lo que gritaba hace unos días una mujer cuando, en una sucursalbancaria se prendió
fuego con gasolina. Cuentan los periódicos que es una persona de 47 años, con
tres hijos y amenazada de desahucio. Ada Colau, la representante más célebre de
la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) afirmaba en el Congreso, en
una de esas raras veces en que dentro de esa cámara de resonancia del poder se
ha oido una verdad, que el representante de la banca que intervino antes que
ella para oponerse a la dación en pago y al conjunto de la iniciativa
legislativa popular (ILP) promovida por la PAH era un "criminal".
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El capitalismo es la única sociedad basada en la relación
comercial generalizada, aquella en la que, como decía Marx en los Grundrisse,
el hombre "lleva sus relaciones sociales en el bolsillo", pues casi
todas ellas dependen del dinero. Esto conduce, naturalmente al estado de guerra
pemanente, de hostilidad generalizada entre los individuos que percibimos a
diario. La relación que otras sociedades humanas consideraban tan violenta y
tan reservada al trato con enemigos como la propia guerra se ha interiorizado
en el capitalismo con efectos nefastos sobre la sociedad. En las sociedades
capitalistas que se han "liberado" de toda barrera política o moral
como las neoliberales, la relación social es sumamente tenue y precaria. Las
sociedades se sostienen en la medida en que conservan una base mínima,
ontológica, antropológica, de cooperación directa entre los individuos, al
margen de las relaciones propiamente capitalistas. Cornelius Castoriadis
insistió muchas veces en que es imposible que una sociedad basada en el mercado
o en la jerarquía de fábrica, o en el control estatal, es decir una sociedad
atomizada, pueda funcionar, si no intervienen otras dinámicas de cooperación.
Puede parecer una paradoja, pero el capitalismo, para funcionar, presupone el
comunismo: el comunismo del lenguaje al que Marx se refiere con frecuencia, el
de la cooperación, el del conocimiento, el de los afectos, etc. Todo ese denso
tejido de relaciones que el capital y sus dos instituciones fundamentales, el
mercado y el Estado son incapaces de poner por sí mismas y que deben explotar,
vampirizar, para poder funcionar.
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Hoy mismo Mariano Rajoy intenta convencer a los ya convencidos de
que es capaz de gobernar una crisis que ya se ha hecho inseparable del propio
sistema. Propone como receta los "minijobs", que la Señora Merkel ya ha
puesto en práctica en Alemania, esos puestos de trabajo ultraprecarios, sin
derechos, y con remuneraciones muy inferiores a lo necesario para reproducir la
fuerza de trabajo. Se trata de una medida más en el camino de la introducción
tendencial, de una nueva forma de esclavismo en la que se mantiene la libertad
formal del trabajador, pero se estrecha al mínimo su capacidad de negociación.
Cuando la curva de la variante salario alcance el valor cero y la curva del
tiempo de trabajo tienda a infinito, habremos llegado a un restablecimiento del
esclavismo. Lo que pasa es que esto no puede ocurrir del todo en el marco de un
régimen que necesita imponer políticamente la ley del valor como fundamento de
un régimen jurídico basado en la propiedad como el que hoy conocemos. El valor
ya no se determina en tiempo de trabajo, sino mediante convenciones financieras
basadas en apuestas sobre el valor que se producirá en el futuro, pero al mismo
tiempo, el Estado mantiene incólume un entramado jurídico basado en la relación
entre valor y trabajo, imponiendo sus efectos mediante la violencia.
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1 comentari:
perfecte, per cert jo soc comunista i amb totes les lletres i el comunisme no era pas allò de la vella URSS, està per venir i pressuposa una societat sense classes...comencem per fer fort l'anticapitalisme.
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